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ESTHER COLLADO

Enlazando palabras y obteniendo melodías.




Hacía tiempo que no oía tu sonrisa
Me fijé en que no sentías mi mirada
Intuía que morían en tus labios versos que lloraban en tu alma

Adivinaba que tu cuerpo se escondía
Había notado que crecían los rincones olvidados
Sospechaba que soñabas los recuerdos en lugar de recordarlos.

Percibía que contabas los segundos
Comprendía cada día que escapabas
Presentía que los días de esperanza, sin remedio, terminaban

Percibía cada beso como un eco de del olvido
Respiraba los vacíos que entre los dos se instalaban
Escupía cada instante en que sangraban las palabras

No quise verte alejándote en silencio
Me engañé, posé mi vista en otro lado
Me convencí , suplantando los vacíos con las luces del pasado

Cuando quise mirar, ya estabas lejos
Cuando te quise oír, tu voz no se escuchaba
Solo vi tu amarga silueta un instante antes de que se esfumara.

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A media hora a pie de casa, en la cafetería en la que compartimos tantos cafés a la salida de mi antiguo trabajo, en la mesa más alejada de la entrada y de la barra, sin planes ni prisa, espero a que el camarero me traiga la copa que le acabo de pedir.
Le observo mientras lo prepara siguiendo un ritual que habrá repetido en cientos de ocasiones. Es joven y no especialmente guapo, pero tiene un brillo en los ojos que llama mi atención. Me recuerda que una vez yo también lo tuve, que una vez, hace una eternidad, yo también fui joven. Ambos lo fuimos.
El camarero se acerca y deposita mi bebida sobre la mesa, dedicándome una amplia sonrisa que no sé cómo, soy capaz de corresponder.
A solas con mi gin tonic, se me viene a la memoria el día en que le conocí, en el aula magna de la facultad, en primero de derecho, uno de los primeros días de clase, cuando desvié la vista hacia un chico que me observaba en lugar de mirar hacia el estrado donde se encontraba el profesor. Nuestras miradas se encontraron y un escalofrío recorrió mi espalda; me sentí atraída por él de inmediato.
Así estuvimos un mes, sin acercarnos el uno al otro, lanzándonos furtivas miradas entre lecciones monótonas y aburridas, hasta que un fin de semana, nos encontramos en uno de los bares de moda, y con la ayuda de nuestros amigos, nos conocimos, nos gustamos, y no nos volvimos a separar hasta hoy.
¿Cuánto tiempo había pasado? Casi veinte años, toda una vida… Dos caminos que un día se hicieron uno, recorrido por dos niños que juntos se convirtieron en adultos y que ahora se volvían a separar, dejándome sola, perdida y sin consuelo.
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